Hace mucho tiempo que quiero escribir este artículo, y lo deseaba porque creo que, probablemente, de todo lo que escriba en la vida, puede que estas sean las palabras con más sentido de todas, en caso de que así lo valore quien las lea.

Hoy traigo a colación un tema que, por su solo nombre, puede ser tan amplio como el mar y tan infinito e inabarcable como las estrellas. Sin embargo, como soy un intrépido aventurero, aquí van mis reflexiones respecto a este tema, que no es, ni más ni menos, que el amor en la intervención profesional. Puedo ver algunos ceños fruncidos ya antes de que haya pronunciado palabra. Os invito a escuchar este artículo con la mente abierta, por si algo pudiera ser interesante. Mi objetivo no es convencerte, tan solo aportar un punto de vista. Gracias, desde ya, por tu atención, me encantará leer tus comentarios y opiniones al respecto.

La pregunta de fondo aquí es: ¿Hay un hueco para el amor en la intervención pedagógica o sociosanitaria? Recuerdo que tuve un profesor cuando estudiaba Educación Social que nos decía que teníamos que dejar muy claros cuáles eran los límites entre los educandos y las personas educadoras. Había algo en mi interior que me rechinaba, como si esa frase, teniendo sus razones, no tuviera del todo sentido para mí. Con el paso del tiempo, y tras más de 20 años como educador y formador, ya entendí lo que es.

Antes de continuar adelante, hemos de asentar lo que sea “amor“, ya que es una palabra que tiene muchas realidades y acepciones. No sé si alguna vez os habéis acercado a la definición de la palabra amor que nos da la RAE. Hacedme caso, parad aquí y buscadlo un segundo, por favor, no tiene desperdicio. Eso sí, volved, por favor.

Estáis un poco en desconcierto, ¿verdad? Así me quedé yo la primera vez que la leí. ¡Incluso llega a definirlo como “Relaciones amorosas”! ¿Cómo era aquello de “lo definido no puede entrar en la definición”? Pero vamos más al fondo del asunto. Recojamos las palabras más importantes: sentimiento, afecto, deseo, tendencia hacia el otro… Y, sobre todo, recalquemos dos: insuficiencia y la expresión que dice que el otro “nos completa”. Es decir, que, según esta concepción (que, obviamente, está sostenida, de base, por la idea de la “media naranja”, como si no pudiéramos ser naranjas completas), somos, de partida, seres incompletos y no seres completos que amamos y somos amad@s. Vamos que quien escribiera esto era un/a romántico/a, vaya.

Más allá de entrar en una disertación larga, que sé que vamos con prisa, es, simplemente, alucinante que esta sea nuestra definición del amor. Como sigo con mi osadía, y los osados son imprudentes, me voy a aventurar a aportar una definición propia de amor que me parece más amplia. Probablemente, como toda definición, tendrá sus carencias, pero aporta algo nuevo. Ahí va: “El amor es el vínculo de afecto entre humanos que aporta satisfacción física, emocional, intelectual, social, sexual (en algunos tipos de amor) y espiritual”. Lo sé, soy un lanzado. Pero, ¿No os parece que el amor, sin el vínculo, queda reducido a un mero sentimiento? Daría para mucho esta definición, pero por ahora ahí la dejo, quizá en otro post la retome porque tiene miga.

Partiendo de esto, ¿Tiene cabida el amor en nuestro desempeño profesional? No sé qué pensareis quienes leáis esto, pero yo creo que rotundamente sí. Nuestra vida consiste, en gran medida, en aprender a amar. Primero a la persona con quien convivimos todos los días: nosotr@s mism@s. Después, a los demás. O a la vez, que no son excluyentes. Además, resulta que el amor es una necesidad básica del ser humano. Sabemos que los niños que no tienen afecto tienen dificultades para sobrevivir y que, tras miles de problemáticas sociales, está la falta de amor. Ya está demostrado científicamente que la soledad no deseada (carencia de vínculo significativo con otro ser humano) es un precipitador de la enfermedad de Alzheimer. Muy fuerte. ¿Y acaso la necesidad y el grito más grande que traen muchos de los jóvenes que acuden a los recursos en los que trabajamos no es justamente “hazme caso”, “necesito ser visto y voy a hacer todo lo que pueda -literalmente- para que estés a mi lado“?

Voy acabando. Para los que aún piensan que estoy loco, esto no es algo solo mío o de las religiones. Lo habían dicho antes de mí eminencias de la pedagogía como Montessori, Freire, Pestalozzi… Así que no; no es ninguna locura afirmar que es crucial que busquemos la forma de que los vínculos de cercanía, afecto, “blandura” (como la trae la RAE, en su sentido de comprensión del otro), estén presentes en nuestras intervenciones. Porque, al final, lo único que queremos en la vida es amar y ser amad@s.

Una de las cosas que más nos ocupa cuando compartimos el Método CREA(R) con los profesionales del ámbito sociosanitario es que puedan descubrir este aspecto tan importante porque, si todo método es un conjunto de medios puestos en práctica racionalmente para la consecución de un objetivo, necesitamos poner todas nuestras herramientas al servicio de algo tan básico y de lo que se habla tanto y se desea tanto pero se trabaja y se interviene tan poco desde y para ello. Sé que hay muchísimos profesionales que sí lo hacen, y sé que esto se está convirtiendo en tendencia, lo cual me alegra sobremanera. Quizá la palabra vínculo no sea más que un sinónimo de la palabra amor. Así que amar, en última instancia, quizá, sea vincularnos. Y no digo que no sea importante saber marcarnos limites, por supuesto, pero es que eso, también, forma parte del amor. Amar y ser amad@s, he ahí la cuestión.

Feliz vida, feliz retorno en septiembre.

Nos vemos en:

Intervención socioemocional con personas adultas mayores

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