El Sinhogarismo constituye la forma más extrema de exclusión social. Existe una multitud de factores para que una persona se quede sin hogar y viva en la calle y afectan a distintos aspectos de la vida de cualquier individuo: familiares, laborales, económicos, sociales, psicológicos. Una sucesión de acontecimientos traumáticos en dos o tres años puede provocar que una persona pierda el trabajo, la pareja, la salud, la vivienda, los hijos y, por último, su hogar. La edad media de las personas sin hogar es de 38 años, y llevan 4 años en situación de calle. Su nivel de estudios es el mismo que el de la población general y su experiencia laboral suele ser extensa. Sin embargo, el porcentaje de personas sin hogar con discapacidad duplica al de la población general. Además, la mitad de estos sujetos ha sido víctima de delitos de odio.

Es destacable señalar el gran número de personas sin hogar que presentan una patología dual, es decir, aúnan estas dos condiciones: adicción y enfermedad mental. En la patología dual es difícil reconocer qué va antes: una persona consume y degenera en enfermedad mental o una enfermedad mental deriva en consumo. Si añadimos una cuestión de género, ser mujer sin hogar, la situación se complica, todas las interseccionalidades se atraviesan, como en otros aspectos de la vida.
“Que el privilegio no te nuble la empatía” (Ita María) 2018. 

El enfoque interseccional permite centrar la atención para entender el trato desigual a las personas sin hogar con sesgos inconscientes y, en muchas ocasiones, llenos de prejuicios. Es fundamental conocer cada una de las historias personales que les excluyen del sistema y les conducen a las situaciones de calle, para intervenir y acompañar. La interseccionalidad y sus teorías radican alrededor de opresiones. Los ejes de la desigualdad son tres: el sexo, la raza y la clase, y dan lugar a distintas discriminaciones. Al cruzarse e interaccionar con otros ejes de desigualdad (capacidades, orientación sexual, identidad de género, creencias religiosas, origen étnico y cultural, nacionalidad…), se producen situaciones de exclusión y vejaciones. De este modo, podremos tener presente el grado de violencia estructural y discriminación a la que se ve expuesta -y ha sufrido- una persona sin hogar cuando es una mujer-transexual, mayor y sin estudios o es un hombre-migrante, gay con VIH.

Hablamos con Maite, educadora social de un centro de personas sin hogar en Madrid, que nos comenta las dificultades a las que se enfrenta trabajando con personas (mujeres) sin hogar: “La situación de las mujeres sin hogar es muy complicada. Una mujer sin medios económicos (pobreza, primera interseccionalidad) tiene problemas para cubrir sus necesidades básicas. Cuando acude a los Servicios Sociales, si es madre con hijos a su cargo, lo más probable es que le propongan una guarda de los menores auspiciada en su situación de pobreza. Estos mismos servicios sociales serán los que tendrán que ayudar a esta mujer y ya, en el primer contacto, la institución la agrede, privándola de su rol de madre y generando una situación de crisis, que en el futuro se convertirá en un suceso vital estresante, que le marcará a largo plazo. Este hecho será un factor determinante para generar un vínculo profesional sano entre las personas usuarias y quienes los atendemos, fundamental en la relación de ayuda.
Como efecto agravante, muchas de ellas además han desarrollado discapacidades por el consumo de drogas o alcohol, además de otras patologías, como enfermedad mental asociada a este consumo: enfermedades somáticas por deterioros relacionados con conductas adictivas, deterioros cognitivos, etc.

Es esencial señalar cómo la cuestión de clase y la posición social como punto de partida vital son determinantes para desembocar en una situación de calle. El acceso a la cultura te ayuda a entender mejor lo que te rodea y a desarrollar herramientas cognitivas para evitar ciertas situaciones, por lo que es frecuente encontrarnos con personas sin hogar con niveles académicos básicos y con una falta importante de acceso a la cultura”

Respecto a trabajar con estas mujeres, abordar los efectos negativos del machismo es complicado: “Ellas tienen incorporados los patrones que a todas nos han enseñado. La transversalidad del feminismo en este caso es esencial, porque las y los profesionales no le pueden pedir a una mujer en esta grave situación que reflexione y revise estas cuestiones de una manera funcional. Si no están cubiertas las necesidades básicas, este trabajo debe ser un actor secundario. En el Centro trabajamos con usuarias que difícilmente entienden cómo el machismo marca sus vidas, por lo que hay que hacer una inversión pedagógica, dosificando muy poco a poco la información y fomentando la reflexión cada vez que se enfrentan a situaciones de violencia machista. Por ejemplo, no entienden que decir guapa a una mujer pueda ser molesto o agresivo. Algunas confiesan: ‘yo estoy con mi pareja porque para que me peguen veintisiete que me pegue solo uno’. Este tipo de situaciones tan complejas están muy vinculadas al consumo o a una supuesta protección a cambio de violencia, ajena al vínculo, en ocasiones física, sexual o psicológica. Los muchos prejuicios contra las personas sin hogar del tipo ‘son todos yonkis, son alcohólicos’, no se corresponden con la realidad: una persona sin hogar podemos ser tú o yo mañana, perdemos el trabajo, discutes con tu familia, tienes una enfermedad mental o cualquier otra circunstancia de la vida…”

Asumir que existe la desigualdad y la diversidad es sumamente importante para un enfoque interseccional en la intervención con personas sin hogar. Partiendo de que ninguna persona es igual a otra, no existe una única forma de ser mujer, hombre, homosexual, de etnia gitana, persona con discapacidad, pobre, transexual, racializado, migrante… Estas diferencias son el caldo de cultivo para el rechazo, la exclusión social o la violencia estructural que discrimina a las personas de cada colectivo.

Todas las mujeres sin hogar son víctimas de violencia de género física, psicológica y/o institucional, muchas de ellas ejercen la prostitución para conseguir dinero debido a sus adicciones. “Cuando tienes una adicción no miras nada, todos los de alrededor se aprovechan de ti si eres hombre y si eres mujer, pero ya sabemos que, si eres hombre tienes unos privilegios en la calle que, si eres mujer no, hay mucha mujer que acaba disociándose por todas las situaciones traumáticas que viven. Las mujeres en la calle sufren agresiones y abusos sexuales”, nos comenta Maite.

“En el centro vive una mujer con problemas de salud mental y como ha estado en la calle ha tenido que dejar de tomar la medicación ya que le relajaba tanto que le daba miedo que le robaran o la violasen por la noche. Vuelve al centro y tienes que comenzar de nuevo con su tratamiento. En la calle no puedes bajar la guardia y una mujer menos.”

El mensaje que nos dan en esta sociedad es que como mujer puedes ser madre, ama de casa o a nivel profesional puedes llegar a algo. “A una mujer de 50 años, si es madre y le quitan a su hijo, le quitan una parte de su identidad. Aparte del estigma de ser mala madre, no tienen sentimiento de pertenencia a un grupo que ayuda a forjar su personalidad, pero si estás en una situación extrema, no tienes dinero y te quitan a tu hijo, la institución en vez de ayudar, te entorpece más la vida. Podemos hablar de violencia institucional.”

Hay diferentes centros en la red de atención a personas sin hogar enfocados en reducir el daño, ya que existe tal cronicidad en los casos tratados, que su objetivo radica más en la reducción que en la reparación del daño. Es muy complicado salir de determinadas situaciones en el sinhogarismo puesto que hay personas que carecen de apoyo familiar y tampoco tienen red social de apoyo y ningún aliciente. “La reducción del daño en estos casos consiste en evitar que no mueran en la calle o que no consuman hasta quedar en la calle bajo el riesgo de agresión, hipotermias, quemaduras en verano, caídas, etc. Para ello, en algunos centros hay salas de reducción del daño, donde se les permite consumir alcohol de forma controlada para evitar esos riesgos.” Existen otros centros de personas sin hogar en los que hay una preparación laboral para una vida más normalizada, ya que la enfermedad no está tan cronificada y es más fácil salir de la situación de calle.

La filosofía imperante entre los profesionales de los servicios sociales debería acercase más a acoger a las personas, salir de los despachos y acompañar: “Estamos más configuradas para acompañar. Es indiferente que trabajes con personas sin hogar o con discapacidad. Los programas están centrados en las personas, en la atención individual. Las líneas maestras a las que deben de tender los servicios sociales son a las del acompañamiento, que la persona tome sus propias decisiones y se las trate de igual a igual. El acercamiento y el vínculo generan la confianza que es lo que necesitan cuando están en esta situación tan desventajosa. No hay por qué decirles lo que han hacer. Se debe propiciar que decidan por sí mismos aquello que más les conviene para salir de su situación. Profesionalizar los servicios sociales no es institucionalizar más los servicios sociales. Se puede trabajar desde estos recursos con el enfoque de lo que son realmente: ayuda a las personas. Ayudar es escuchar, no hacer nada en algunas ocasiones, no tener juicio o aguantar enfados que casi nunca son personales y suelen ir enfocados hacia el funcionamiento del sistema.

Acompañar a las personas es la clave de la educación social o cualesquiera otras áreas de atención directa que atiendan a las personas usuarias, necesitan más cariño, más abrazos y más cercanía. Las mujeres en esta situación tienen muchas vivencias, la gente está centrada en producir y no repara en las situaciones difíciles de las personas sin hogar. “Si las mujeres que no sufrimos estos problemas, tenemos dificultades para reparar nuestras vidas, imagínate a mujeres sin hogar que no tienen sus necesidades básicas cubiertas. En cuanto a la higiene femenina se van viendo avances. Por ejemplo, ahora se facilitan tampones en los centros de personas sin hogar.  Antes no se tenía en cuenta la perspectiva de género, que debería ser obligatoria para todas las personas que trabajamos en atención/intervención directa. Otro asunto de extrema importancia se vincula con las habitaciones de hombres y de mujeres, que son totalmente distintas. Cuando llamamos a la puerta para mantener la intimidad, ellas tienden a taparse y ellos tienden a exhibirse, esa es la diferencia, por lo tanto, la intervención es diferente. Por ello, es importante la perspectiva de género. En la actualidad, hay datos y estudios que así lo aconsejan. Gracias a estos estudios se puede comprobar la diferencia entre intervenir con una mujer o con un hombre: las vivencias son totalmente diferentes.

Para una mejor atención de esta población los y las profesionales que trabajan con personas sin hogar deben tener un enfoque interseccional visión de género.

Cada vez es más habitual el requerimiento de formación en perspectiva de género cuando postulas a un puesto de trabajo en el sector social. En el Convenio de Estambul sobre la prevención y lucha de la violencia contra la mujer y la violencia de género, se recomienda la formación de los y las profesionales del sector. “Saber lo que es la perspectiva de género no es trabajar con perspectiva de género, tienes que tenerlo y entenderlo, aunque te formen.”

Una buena manera de prevención sería centrarse en trabajar para erradicar la pobreza, la atención a la salud mental, luchar por un empleo de calidad, fortalecer los vínculos comunitarios y entender que el acceso a la vivienda es un derecho.  Es fundamental dar a conocer la realidad de las personas sin hogar para erradicar de esta manera su estigmatización.

Si quieres formarte en este campo:
Intervención social con Personas sin hogar

[Foto: Catalunyaplural]

Autora: Sonia Sanz

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