La OMS (organización Mundial de la Salud) en 2002 definió la violencia sexual como todo acto sexual o tentativa de consumarlo o comentario,  insinuaciones sexuales no deseadas o acciones para comercializar o utilizar la sexualidad de una persona mediante coacción física, psicológica, económica y /o social, independientemente de si existe relación con la víctima o no. El origen de la violencia sexual está en la cultura machista, supone un grave problema de salud pública y tiene que ver con el hecho de ser mujer. En 2013 la OMS entiende la violencia sexual como una pandemia ya que 1 de cada 3 mujeres en el mundo es víctima de violencia física o sexual a mano de sus parejas o de otro hombre fuera de la pareja. Los ejemplos más evidentes de violencia sexual en el mundo los encontramos en las violaciones múltiples a mujeres en la India o los feminicidios, desapariciones y actos de violencia de miles de mujeres en Ciudad Juárez en Méjico.

Pensemos en el perfil de un agresor de violencia sexual, en nuestro imaginario colectivo aparece un hombre con problemas con las drogas o el alcohol, de posición socioeconómica baja, un extraño que asalta por sorpresa en la noche para tocar y abusar de una mujer… Sin embargo las estadísticas están muy lejos de nuestro imaginario ya que según una Macroencuesta de violencia contra la mujer en el año 2019, solo un 18% de los violadores son desconocidos para la víctima. Dentro del imaginario colectivo también se cree que la violencia sexual se ejerce en la calle, en lugares oscuros y de noche, mientras que esta Macroencuestra demostró que el 44% de las agresiones habían tenido lugar en casa del agresor, de la víctima o en un entorno más íntimo y cercano.

Existe la cultura de la excepcionalidad en la que la violencia sexual aparece asociada a lo excepcional, no a la violencia estructural y simbólica social que nos bombardea por todas partes,  la publicidad, en la educación patriarcal y la mirada androcéntrica a través de la cual la mujer se define con la mirada del hombre. Tengamos en cuenta también que el mayor aprendizaje para los jóvenes en materia sexual es el porno tradicional donde las mujeres son tratadas con violencia, agarradas del cuello, humilladas y están a merced del deseo del hombre. El deseo sexual femenino y su conexión con el placer no se tiene en cuenta, ya no en el porno tradicional si no en la sociedad machista en general. Una mujer libre y conectada con su deseo sigue siendo una cualquiera…

Es el mismo imaginario el que nos dicta que para que existe violencia sexual  tiene que haber penetración y defensión por parte de la víctima con uñas y dientes, si no no es creíble. Se exige que la víctima se defienda hasta la extenuación. Está demostrado que existe una respuesta de bloqueo o congelación  cuando existe una experiencia traumática “Teoría Polivagal de Stephen Porges” de 1995 según la cual  nuestro sistema nervioso se bloquea y no lucha en una agresión. Esta teoría explica que no existan lesiones físicas en casos de violencia sexual ni genitales. Recordemos que en el caso de la Manada se juzgó a la víctima porque no se defendió lo suficiente y permitió que la violaran varios hombres a  la vez. De la misma manera se la cuestionó porque aparentemente llevó una vida “normal” y continuó saliendo y haciendo cosas que se supone que una víctima no debe hacer (información que se consiguió a través de unos detectives contratados por el abogado de la defensa). Se supone que tenemos que quedarnos deshechas, rotas y no podemos continuar con nuestra vida (en apariencia normal aunque estemos traumatizadas con la violencia sufrida).

En las agresiones sexuales el 80% de los casos están ejercidas por conocidos íntimos del entorno cotidiano de la víctima, compañeros, amigos, profesores, médicos, masajistas, psicólogos, vecinos, familiares, educadores… No solo tiene que existir la penetración en la violencia sexual, pueden existir tocamientos, fuerza física, manipulación, intimidación o un entorno de coacción o amenazas para conseguir algo en la víctima.

Con estos datos en mano, y siendo consciente de que esta violencia forma parte de una violencia simbólica y una cultura de la violación (arraigada de forma inconsciente en la mayoría de nosotras) casi todas hemos sido víctimas de violencia sexual en alguna ocasión:  aquel hombre que se acercó demasiado en el metro, el exhibicionista que se escondía en un lugar oscuro para enseñarnos su sexo, el jefe que te lanzó una indirecta que te hizo sentir incómoda desde su posición de poder… A nivel personal y con la información y la formación necesaria, reconozco  haber sido victima de violencia sexual varias veces en mi vida, una de ellas por un fisioterapeuta que me sentó en la camilla y con su miembro en mi espalda y sentada me dio un masaje con comentarios del tipo: “vas a salir rojita y he sido yo el que te lo he hecho, te gusta cómo te lo hago?…”. Yo no daba crédito, me vestí corriendo, pagué y me marché de la consulta. El primer motivo por el que no daba crédito es porque a aquel fisioterapeuta había llegado a través de una compañera que me lo había recomendado, no lo conté, no me hubieran creído y se me hubiera juzgado a mi… A día de hoy y con las gafas de género hubiera denunciado a este hombre en el Colegio de Fisioterapeutas. Mi cabeza no procesó en ese instante que estaba siendo víctima de violencia sexual, no se cumplía ningún estereotipo de los que yo tenía en mi cabeza. De haberlo contado me hubieran revictimizado desacreditando mi relato y cuestionándome a mi, no al agresor. La revictimización de la víctima cuando relata los hechos y el descrédito al que se enfrenta, pone difícil a las mujeres denunciar hechos que constituyen delito de violencia sexual.

El acoso sexual callejero nos ha limitado los movimientos para salir por la noche, no transitamos libremente y los espacios públicos no son nuestros. Estamos educadas en el miedo controlando la hora de salir, la vestimenta, la ruta y con quién vamos.  La sociedad nos sugiere que nos vinculemos a un hombre que nos proteja para transitar tranquilas por los espacios que son nuestros también. Pensemos en el discurso diferente que le damos a los chicos y a las chicas cuando salen a la calle como progenitores y educadores, a ellos les pedimos que no se metan en líos y no entren en conflictos ni peleas, a ellas que tengan cuidado con quien van, por donde van y que eviten en todo lo posible la ocasión para no sufrir una agresión sexual.

El sistema obliga a demostrar la inocencia de la mujer como víctima y no la culpabilidad del agresor. Actualmente se trabaja en el congreso en una nueva ley de violencia sexual que sustituya a La Ley Orgánica 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género. El Consejo de Ministros aprobó el primer texto del anteproyecto de ley de libertad sexual, también conocida como la ‘Ley del solo sí es sí’, en marzo de 2020.

El convenio de Estambul,  sobre prevención y lucha contra la violencia contra la mujer y la violencia doméstica es el tratado internacional de mayor alcance para hacer frente a esta grave lacra que supone una violación de los derechos humanos. Es el primer instrumento de carácter vinculante en el ámbito europeo en materia de violencia contra la mujer y violencia doméstica, y está considerado el tratado internacional más completo y de mayor alcance sobre la lucha contra la violencia contra las mujeres y la violencia doméstica. Este convenio (firmado en 2019 por 46 países y ratificado por 34 entre ellos España) cambia el foco y la falta de consentimiento la tiene que demostrar el agresor.

El Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género realizó un un estudio en 2020 de 102 sentencias del Tribunal Supremo se puso de manifiesto que en 9 de cada 10 casos (93,8 %) la violencia sexual es cometida por hombres y que en 8 de cada 10 (83 %) la víctima es una mujer. Sin embargo, solo el 6,9 % de las causas por delitos contra la libertad y la indemnidad sexual que llegaron al Tribunal Supremo fueron instruidas por Juzgados de Violencia sobre la Mujer, una circunstancia que, según los expertos del Observatorio, merma la eficacia en la lucha contra este tipo de delincuencia. La atribución de esa competencia a los juzgados especializados permitiría tener una visión más global de esta tipología delictiva y un procedimiento más ágil. La visión de género y especialización en los juzgados es una demanda social para obtener sentencias justas y reparadoras para las víctimas.

Existe una especial preocupación en el estudio por la violencia sexual infantil sobre niños y niñas, que representa el 70,9 % de los casos analizados y en la que el Observatorio centra buena parte de sus conclusiones.  Los menores son un colectivo que, tal y como muestran las estadísticas, sufre una mayor indefensión: solo el 3 % de los delitos cometidos sobre menores fueron denunciados por la víctima, frente al 56,8 % de delitos en los que fue la propia víctima mayor de edad la que denunció.

La violencia sexual contra la mujer por el hecho de serlo está reconocida como un problema a tratar tanto en el ámbito local como europeo. Existen vulneración flagrante de los derechos de las mujeres  en situaciones de desigualdad en el entorno migratorio, en el abuso sexual infantil, las mujeres con discapacidad y tantas y tantas casuísticas diferentes que nos daría más para un libro que para un post hablar de esto. El cuerpo de la mujer es territorio público y cualquiera puede conquistarlo. Para evitar una revictimización de la víctima cuando ocurre algo así el mensaje para su rehabilitación debe estar fuera de culpa, si te pasa algo no es tu culpa, denuncia.  Solo el 8% de las mujeres que sufren violencia sexual fuera de la pareja lo denuncian, 9 de cada 10 casos no se denuncian.  ” Se puede salir del trauma de la violencia sexual. La disociación que se produce cuando tenemos un trauma tan grande hace que nos desconectemos del cuerpo y de las emociones con un efecto anestesiante. Existe el mito de que el dolor no te va a permitir vivir. Se puede salir con ayuda especializada, esta ayuda permite a las mujeres salen más reforzadas, incluso que antes de sufrir la agresión e ir a terapia” (Sonia Cruz, psicóloga especialista en atención a mujeres víctimas de violencia sexual).

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Sonia Sánz

Imagen diseñada por Freepik

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